miércoles, 9 de diciembre de 2009

El 10.


Hace mucho mucho tiempo estaban los números primarios en la villa númerica, estrecho lugar donde vivían, estaban bajo el mando del Dios de la Unidad que era un dios amargado y solitario, por lo tanto tenían terminantemente prohibido salir de las respectivas casillas del cuaderno cuadriculado de matemáticas donde vivían.

Se encontraba pues el número Cero en su casilla que era la primera en la hilera de casillas, a pesar de que el Dios de la Unidad les había prohibido asomarse por las ventanas, el Cero que era rebelde y se sentía solo, siempre había querido dar un paseo por la villa cuadriculada. Aprovechó pues un día que el Dios dormía y saltó hacia la casilla contigua, se hizo como pudo un espacio y saludó al número residente, se posicionó delante de él y le saludó:

-Buenas Tardes –dijo el Cero- ¿Quién eres?

El Uno, que dormía casi siempre, bostezó y respondió:

-Soy el uno. ¿Qué haces aquí? El Dios de la Unidad puede despertar en cualquier momento.

-No importa –agregó el Cero- no soporto más estar encerrado, cada vez estoy más flaco de tanto encierro.

El Uno sonrió sarcásticamente:

-Jah! Mírame a mí, soy el Uno, soy un palito, un raquítico y solitario palito, ya ni fuerzas tengo, he de tener anemia, por eso duermo todo el tiempo.

El Cero sintió pena por el Uno, sintió que no era el único que se sentía solo y estaba harto de las casillas. Recordó entonces que antes del Dios de la Unidad reinaba en la villa en Dios de la Adición, que era un dios bondadoso y siempre daba fiestas, hasta que una noche después de haber tomado mucho vino de la multiplicación aprovecho el envidioso Dios de la Unidad y lo lanzó al Lago de los Borradores, donde naufragó en un blanco mar el una vez alegre Dios de la Adición.

Dijo el Cero:

-Ya sé!! Si nos unimos tal vez podemos hacer regresar al Dios de la Adición!!!

Y le pidió al Uno que se enderezara y se pusiera bien erguido a su izquierda. Pero después de un rato el cero se dio cuenta que el uno seguía siendo el uno, de hecho ahora eran el cero uno, el uno se puso a llorar, y antes de que su llanto despertara al Dios Unidad, el cero saltó a la siguiente casilla.

Se consiguió allí al número dos que eran unas hermanas siamesas, un poco antipáticas. Aquellas de mala gana le preguntaron qué hacía allí y le reclamaron al cero que por su culpa las castigarían. El cero les explicó todo y les propuso hacer la misma prueba que hizo con el número uno:

-No!!!! - Respondieron las siamesas – Seguro eso debe doler porque el uno está llorando.

El cero insistió e insistió hasta que las siamesas que conformaban el número dos aceptaron de mala gana y dejando en claro que fuese lo más breve posible. Se posicionó entonces el cero delante del dos y nada, ahora eran el cero dos, las siamesas se burlaron y se rieron del cero, diciéndole que era un soñador y luego lo corrieron de su casilla alegando que les traería problemas. Saltó el cero a la casilla del número Tres.

El Tres era un señor robusto, era ruso, sufría de cosquillas y siempre estaba ebrio de tanto vodka, pronunciaba muy fuerte las erres:

-¿Qué quierrres? – Dijo el Tres.

El cero le explicó lo que le había pasado con el uno y con el dos y le pidió lo mismo, posicionarse delante de él para ver qué pasaba. El Tres aceptó a regañadientes pero cuando el cero se colocó, el Tres que era muy cosquilloso empezó a reírse:

-TRA TRA TRA TRA TRA TRA TRA TRA TRA TRA!!!!!!! – Se carcajeaba el Tres.

Y así el cero saltó a la próxima casilla, y a la próxima, y a la próxima, sólo para darse cuenta que sus esfuerzos eran fútiles, que cada vez que se posicionaba delante de un número, el otro seguía conservando su mismo valor. Además que los demás números no ayudaban y tenían personalidades o características muy difíciles que complicaban la labor aditiva del cero:

El cuatro era mocho, le hacía falta una de sus paticas, la había perdido en la Guerra de las Divisiones.
El Cinco practicaba la equitación y no se bajaba nunca de su caballo.
El Seis se enrollaba siempre con su colita y siempre iba a parar al suelo.
El Siete era muy orgulloso porque decía que era el número de la suerte.
El Ocho era autista, siempre estaba perdido en sí mismo.
Y el nueve que era el hermano gemelo del Seis tenía problemas de personalidad y no sabía distinguir entre su hermano y él mismo, tenía un espejo en el que se miraba y se preguntaba a sí mismo si era el Nueve o el Seis.

Recordó entonces el Cero que cada vez que el cruel Dios de la Unidad lo regañaba le decía que él no valía nada, que era el número sin valor y lamentó su valoración que era nula, se sintió un número vacío. Entre tanta alharaca armada por todos los números y la confusión que les causó el Cero, se empezó a despertar el Dios de la Unidad, estaba de mal humor y gruñía, el Cero dio vueltas y vueltas lo más rápido que pudo y el Dios Unidad gritó:

-POR TODOS LOS MÚLTIPLOS!!! ¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ? ¿A QUÉ SE DEBE TANTA GRITERÍA?

El Cero que no alcanzó a llegar a su casilla saltó a la primera que pudo, la casilla del Uno, quedando situado detrás de él. Cuando el Dios de la Unidad se asomó y vio que la casilla del Cero estaba vacía, se puso furioso, lanzando todo tipo de improperios matemáticos. Se asomó a la casilla del Uno donde estaban ambos números pero entonces hizo un gesto de terror el Dios de la Unidad, se tapaba los ojos que destilaban pánico y daba gritos de dolor. El Uno y el Cero que no entendían nada se miraron a los ojos desconcertados, los demás números se asomaban en sus casillas, confundidos por igual.

El Cero se dio cuenta en ese momento que estaba situado después del Uno, recordó las buenas épocas cuando regía el Dios de la Adición que le decía:

-Eres un número con mucho valor, siempre y cuando sepas dónde estás parado, donde y al lado de quien.

Se dio cuenta el Cero que ahora el Uno y él formaban el número DIEZ, que habían logrado el principio de adición, que ya no estaban solos, ni tenían por qué estarlo, ni él ni los demás números. El Dios de la Unidad se retorcía y se alejaba cada vez más dando tropezones hasta que sin darse cuenta cayó en el Lago de los Borradores desapareciendo para siempre. En este momento se desdibujaron las casillas, los números fueron libres, saltaban y cantaban las tablas de multiplicar, el Cero siempre tomando de la mano al Uno.

Apareció en la orilla del Lago de Borradores el Dios de la Adición, con una sonrisa muy amplia y abrazó a todos sus números, les recordó que podían estar los unos con los otros, proclamó una fiesta y le agradeció al Cero por haber sido tan valiente y haberse unido al Uno formando el DIEZ.

Como premio el Dios de la Adición le dio al DIEZ la propiedad ser la base del sistema decimal, les dijo que en un futuro Pitágoras concebiría el DIEZ como muestra de perfección y lo relacionaría con el Ser Supremo, que sería considerado un número completo por contener la cantidad totalitaria de los números primarios (Diez eran ellos), que en la kabbalah tendrían la propiedad de totalidad, que en los deportes tendrían la propiedad de buena suerte, que en los futuros juegos de cartas las reinas y los reyes tendrían el valor de DIEZ, que sería la puntuación máxima en competencias y evaluaciones, que serían considerados un máximo, siempre y cuando no se separaran.

El Cero le apretó la mano al Uno, muy fuerte, más fuerte que nunca.

FIN

(Foto por Kathy Boos. Cedida gentilmente mediante las bondades del Facebook)