lunes, 9 de agosto de 2010

Elías.


"...But in this shirt, I can be you, to be near you for a while"
The Irrepressibles - In this shirt.

Elías llegó en la madrugada, cuando aún dormíamos y nos despertó. Para esa época nos habíamos mudado a Casablanca porque era más seguro y la peste de los recuerdos aún no se había esparcido por allá. Dormíamos juntos Alejandro, Joseph y yo, habíamos desocupado el apartamento de todas las posesiones materiales, dejando sólo lo necesario, comida y ropa, habíamos pintado las paredes de blanco y cubierto todo lo demás en papel bond para evitar traer a nuestra memoria cualquier recuerdo.

La peste de los recuerdos había empezado unos meses atrás y había infectado a gran parte de la humanidad, primero empezaron las desapariciones, la gente salía de su casa y jamás regresaba, las estaciones de policía colapsaron con las denuncias de desapariciones y los hospitales tenían su acceso restringido debido a la cantidad de familiares desesperados que se amontonaban en las entradas buscando a sus seres queridos, luego empezaron a desaparecer algunos objetos de valor sentimental, cartas de amor, discos, libros con dedicatorias en su segunda página, fotografías, y así la población mundial se llenó de miedo, miedo de olvidar o ser olvidado y trató de recordar, recordar siempre, de esta manera, en las farmacias se agotaron los complejos que mejoraban la memoria y en las papelerías habían largas listas de espera para comprar post-its, cuando se agotaron todos los recursos posibles para recordar la gente empezó a convertirse en sus recuerdos, así pues algunos terminaban convertidos en canción, en fotografía, en un beso a escondidas o en la voz de mamá, para siempre.

Elías había llegado con una idea descabellada, había escuchado de una anciana argentina que en La Quiaca, en la Provincia del Jujuy, hace muchos años se había desatado una epidemia similar, que algunos de sus habitantes y pertenencias empezaron a desaparecer, se llamó a emergencia en la zona, su población disminuyó considerablemente, los pobladores notaron con gran asombro que de todos los flamingos que poblaban la zona no había desaparecido ni uno solo, ellos apacibles, comían crustáceos y dormitaban con su cabeza gacha sin desaparecer, así pues los quiaqueños corrieron una tarde de Abril a los humedales donde reposaban los flamingos y empezaron a abrazarlos, a frotarse contra ellos, unos dos mil habitantes podían verse a los lejos fundiéndose con los rosados plumajes de los Phoenicoparrus y nunca más nadie desapareció en La Quiaca. Elías emocionado y siempre dispuesto nos comunicaba que nos marchábamos a Argentina y no había tiempo que perder, para él todo era posible siempre.

Al rayar el alba partimos en su carro gris, llevábamos comida y algo de ropa, las calles estaban en su mayoría desiertas, parecía como si toda la humanidad se hubiese esfumado de una vez por todas, la gente se había resguardado en sus hogares para evitar la metamorfosis en memorias, me pareció curioso pensar que lo que primero había empezado como un intento de no olvidar hubiese desembocado en un olvido a juro y lo mucho que se parecía eso a la muerte, caí en cuenta de por qué se le adjudicaba el adjetivo de "peste", eso era morir. Nos dispusimos con toda la valentía posible a descender hasta el altiplano argentino, serían días de viaje, tratando de no pensar en nada que nos trajera al pasado como pasajero, pero era prácticamente imposible.

Elías se había envuelto en una especie de burka blanca que logramos con unas sábanas, para evitar desconcentrarse con lo poco que quedaba alrededor del camino, parecía él más fuerte que nosotros; los demás tratábamos de cerrar los ojos para evitar las calles tapizadas en hojas secas, los parques desiertos, los atardeceres, el ruido del motor era nuestra única distracción.

Al quinto día se habían agotado las provisiones de comida y apenas íbamos por Perú, nos harían falta unos tres días más de viaje, el hambre amenazaba y la debilidad se había situado dentro del vehículo como una carga. Alejandro que estaba sentado en el puesto detrás de Elías, víctima del sueño y del cansancio, fijó su atención en el manto blanco que cubría al piloto y como sus bordes jugaban con el aire que se colaba por la ventana, recordó entonces el último vestido que había hecho con sus propias manos y habíamos quemado en el afán de no recordar, sintió como un nudo se formaba en su garganta y la nostalgia se esparcía por todo su cuerpo. Me había quedado dormido cuando pasábamos el Cuzco, desperté ya casi saliendo del Perú, cuando caía la noche del quinto día, delante de mí Joseph luchaba con el sueño, Elías trataba de mantenerlo despierto dándole palmadas en el hombro de vez en cuando, busqué a Alejandro a mi mano izquierda pero no lo encontré, en su lugar se encontraba un vestido blanco, tan blanco que parecía brillar como si tuviese miles de brillantes incrustados en su tela, era el vestido más hermoso que había visto en mucho tiempo, traté de no llorar, o al menos de no hacer ruido, ni siquiera me atrevía tocar el vestido que ocupaba el lugar que hace algunas horas era Alejandro y su cabello cano, pero no pude contener un sollozo, Joseph volteó y al notar mi acompañante, el vestido, comprendió; con su mirada serena y conteniendo el llanto, abrió la ventana y me dijo:

-Tienes que botarlo.

Me quedé paralizado y Joseph insistió.

-Ahora es sólo un recuerdo y si lo dejas ahí pronto tú serás otro, debes botarlo, él estará bien.

Dejamos a Alejandro en la frontera entre Perú y Bolivia, mientras veíamos por el vidrio trasero como nos alejábamos de él, mientras danzaba movido por el viento sobre la carretera. Al sexto día teníamos sobreentendido que no debíamos mencionar a Ale por precaución, pero no podía evitar quitarme esa imagen del vestido despidiéndose de nosotros desde la carretera y como su blanquísima tela iba formando un punto en la lejanía, no sé por qué pero lo asocié con el final de À bout de souffle, en el que Jean Paul Belmondo se aleja corriendo malherido con una camisa blanca mientras Jean Seberg lo sigue, tratando de alcanzarlo con esa mirada triste y fría a la vez, rememoré una y otra vez la escena, Belmondo corriendo, Seberg corriendo, Belmondo cayendo, Seberg mirando a la cámara, sus dedos sobre su boca, Belmondo ha muerto, Qu'est-ce que c'est dégueulasse? FINE...y me convertí en película.

Cuando me convertí en película me di cuenta que no habíamos muerto, que seguía dentro del carro, que Alejandro seguía a mi lado, que ambos acompañábamos a Joseph y Elías porque por mucho que tratáramos ellos nos seguían recordando, me dí cuenta que nunca se olvida del todo, que existen lagunas, espacios prioritarios, días que pasan, pero que ahora en el plano de los recuerdos rotábamos de espacio en espacio esperando por alguien que nos llamara a su memoria y nos cediera un espacito, y eso era hermoso. Me dí cuenta que ya bajábamos por Bolivia, que finalizaba sexto día y que Joseph de vez en cuando lloraba en silencio para no entristecer a Elías, esa noche se estacionaron a un lado del camino y durmieron, mientras Ale y yo, ahora recuerdos, cuidábamos su sueño.

Al amanecer del séptimo día Joseph despertó emocionado, faltaba poco ya para llegar a La Quiaca, para abrazar a los flamingos y para que todo terminara, despertó a Elías y retomaron el camino. A las once de la mañana el sol empezó a amenazar con el mediodía, el ruido del motor parecía un dragón encerrado en el capó y la ansiedad por llegar no ayudaba a los ánimos. El motor bramaba y Joseph desesperaba poco a poco, trató de hacer caso omiso pero el ruido se colaba por sus oídos, poco a poco el ruido se fue transformando en zumbido, el zumbido en música y Joseph recordó una canción que solía cantarle a Elías, en los tiempos cuando recordar no era una pena, una canción que hablaba de Flamingos, del mar abierto, un millón de velas y la calma, la calma, la calma, tu eres mi calma, tu eres mi calma, tu eres mi calma, tu eres mi calma...y como esas voces que acompañaban al coro, Joseph se transformó en canción.

Ahora estamos los tres en el asiento trasero del carro gris de Elías, esperando que llegue a La Quiaca y abrace a tres flamingos rosados, esperando que dejemos de ser recuerdos, que nos venga a buscar, que nos salve...por favor no tardes mucho.

domingo, 18 de julio de 2010

Moisés.



Él había regresado a casa, apareció solo, un día tocó la puerta, su madre le abrió y allí estaba él con una maleta gigante llena de cartas que nunca envió porque se le había olvidado. La madre, esperándolo siempre, al verlo se echó a llorar sobre su pecho. Al final del sajuan estaba Moisés mirándolo.

La amnesia aún le afectaba, había cosas que permanecían borrosas en su memoria y otras que había olvidado por completo. La familia se dio entonces a la labor de refrescarle la memoria con vivencias, anécdotas y fotos. Días después parecía recordar todo el pasado hasta el momento en que se marchó, los seis años que permaneció ausente parecían haberse borrado por completo de su memoria. Acudieron los tíos, abuelos, primos, primos segundos y terceros a la casa, para saber que había sido del aparecido y convirtiose entonces en el centro de atención, los vecinos murmuraban y hacían hipótesis de su paradero durante los seis largos años, fingían buscar algo en la casa para poder ver al menos como había envejecido, se asomaban por las ventanas y los más valientes pedían permiso para visitarlo y comprobar si se acordaba de ellos. Moisés desde un rincón miraba callado al, ahora extraño, hermano y su procesión de visitantes.

Hablaba poco, se limitaba a contestar ciertas preguntas, eso cuando no se quedaba detallando alguna foto, el rostro de alguien, la vajilla en la que le servían café, todo parecía nuevo para el viajante, era como un niño reconociendo los objetos que se le presentan ante sus ojos. Por otra parte, muchas cosas parecían molestarle con facilidad, mostrándose muchas veces hostil con quienes le iban a visitar y con su familia, era preferible verlo y callar, incluso los gestos excesivos de cariño parecían un peso para él, dando como única explicación ante dicha renuencia "Ya no". Moisés desde su esquina escribía frases en la pared:

"Mi hermano no recuerda"
"Mi hermano allí sentado me mira"
"Mi hermano no me reconoce"
"A mi hermano no le gustan los abrazos"
"Mi hermano aún no recuerda cuando dormíamos juntos"
"Todo el mundo quiere a mi hermano"
"Mi hermano mayor ahora parece un niño pero tiene la mirada de un anciano"

Tomó fuerzas Moisés una tarde y se acercó a él, trató de abrazarlo y el recién llegado hermano se dejó abrazar con cierta indiferencia, al poco tiempo se cansó y movió su hombro para que se retirara. Moisés lo tomó del brazo y lo llevó a pasear. Moisés era un muchacho de muchas preguntas y hablar rápido, su hermano se limitaba a responder afirmativa o negativamente, haciendo ciertas excepciones con respuestas cortas. El hermano mayor estaba cansado y se sentó en un banco, Moisés lo acompañó, recostó su cabeza en su hombro, el otro sentía el peso de la cabeza de su hermano con cierta incomodidad, que se acentuó cuando Moisés le dijo:

"Duré seis años sin tener un hermano, se me había olvidado como era y me devolvieron un desconocido. Tú no eres mi hermano"

Para el extraño era curioso ver como Moisés había crecido, lo recordaba siendo un niño que jugaba con las ollas de la casa y balbuceaba tratando de cantar las canciones que su hermano mayor le enseñaba, tenía ahora quince años y su cuerpo se empezaba a debatir entre la niñez y la adultez, esa molestia llamada pubertad. El hermano mayor veía como se dibujaba entonces la personalidad de su hermano, su ideología, sus complejos, sus gustos, y todo esto era muy ajeno para él. No se lo había dicho en su momento pero él tampoco lo reconocía como hermano, para él Moisés tenía nueve años, no quince, nueve años y una admiración desmedida por su hermano mayor, admiración que ahora ocupaba Orson, un amigo de Moisés que tocaba el violín. Orson tenía la misma edad que el aparecido hermano mayor, una sonrisa amplia, era muy delgado, con unos dedos larguísimos, y le estaba enseñando a tocar el violín a Moises, era pues Orson la persona elegida por Moisés para llenar la vacante de su hermano mayor durante los seis años que duró ausente.

Moisés salía todas las tardes diciendo que iba a casa de Orson, se despedía de su hermano que yacía perdido en el sofá de la sala, y regresaba en la noche con una bolsa en las manos, levantaba su colchón y guardaba el contenido de la bolsa debajo. Esto llenaba de curiosidad al recién llegado pero respetaba la privacidad de su hermano menor pensando "Es su mundo, son sus cosas".

Una noche Moisés no llegó a la hora que solía llegar, el extranjero le preguntó a su madre y esta le respondió que era el cumpleaños de Orson y Moisés llegaría más tarde. Sintió algo en su corazón, algo que desde hace seis años no sentía, algo que no se habían encargado de recordarle, sintió celos, celos de Orson y del lugar que ocupaba en la vida de su hermano. Se dirigió corriendo a la cama de Moisés, levantó el colchón y encontró fotos, muchas fotos, fotos que archivaban los seis años que Moisés había estado sin él, fotos con sus amigos, cartas de sus novias, envoltorios de caramelos y chocolates, cordones de zapatos, partituras de violín, algunas páginas de la biografía de Paganini, donde hablaba del enano que lo acompañaba, se dio cuenta entonces que durante los seis años que había durado ausente su hermano había...crecido.

Esa noche Moisés llegó tarde y en la oscuridad de su habitación divisó a su hermano acostado en su cama, con mucho cuidado se acostó a su lado y lo abrazó, y se acostó a dormir feliz de pasar una noche durmiendo como en los viejos tiempos con aquél que le leía Peter Pan para dormir.

A la mañana siguiente Moisés despertó y su hermano mayor ya no estaba junto a él, sintió que una mano invisible le oprimía el corazón, sintió miedo, saltó de su cama, fue al cuarto de su hermano pero no estaba allí, tampoco estaba en el de sus padres, lo buscó en la sala, en el patio trasero, el jardín, nada; regresó a su cuarto, buscó bajo su colchón, no estaban ninguna de las cosas que guardaba celosamente, corrió nuevamente al cuarto de su hermano y notó que tampoco estaba su maleta, su hermano se había marchado nuevamente, pero esta vez con todos los recuerdos de su hermano, los seis años de Moisés se habían ido dentro de la maleta para viajar siempre con él.

Lo buscaron por todo el pueblo y en los pueblos cercanos pero fue en vano, se había marchado como la primera vez, sigiloso y sin dejar rastro. Esa noche Moisés encontró escrito en la pared, junto a lo que él había escrito:

"Soy tu hermano. Me llevo tus recuerdos, a mí me hacen más falta que a ti"


***


Nota del autor: No tengo amnesia, pero a veces siento como si la tuviera. Hace seis años me fui de casa, regresé con ciertas intermitencias y durante esos seis años no me di cuenta como mi hermano iba creciendo. Durante este viaje entendí que ya es un hombrecito y no estuve aquí para responder ciertas preguntas o ayudarle en ciertas cosas que para él podían parecer imposibles o desconocidas. Ayer vi algunas fotos en su facebook, me llené de alegría y emoción ver como su mundo se forma ante sus ojos, descubre cosas nuevas y forja amistades, luego lloré al darme cuenta que tenemos mucho tiempo perdido, sin embargo, soy feliz de saber que él mismo le ha dado sentido al pequeño y asfixiante mundo que implica este pueblo, como yo lo hice cuando tenía su edad, yo tampoco tuve un hermano mayor...como él.

Te amo, Moisés.



jueves, 8 de julio de 2010

Aurora.

La última noche nos quedamos en un hotel, ella quería un lugar con el cual no tuviera apegos sentimentales, ella era así.

Cuando entramos a la habitación, que era tenebrosamente blanca, abrió sus brazos y dijo:

"Aquí nadie nos va a extrañar"

Volteó su cabeza sobre uno de sus hombros y corrigió:

"Nadie me va a extrañar"

Ella era así, y yo la quería así, y creo que nunca se lo dije...mejor así.

Dos botellas de vino y una caja de cigarros después se levantó apurada, sacó toda su ropa de la maleta gigante que tenía, para acomodarla de nuevo. Contaba sus medias, desdoblaba y doblaba su ropa interior, acomodaba las blusas, pantalones y faldas de acuerdo a como se los combinaría, y parecía divertirse mucho. Yo mirándola entre las copas le repetía que era una loca. Esa noche me explicó la metodología del eterno viajante y los pasos a seguir para el que se queda, haciendo énfasis en este último:

1-Preferiblemente no acompañar al que se va al aeropuerto, estación, puerto y/o afines.
2-No escribirle una carta, y en caso de hacerlo, que se limite a una frase.
3-Jamás decir "Hasta pronto", "Hasta luego", "Nos vemos", "Vuelve pronto", con un "Adiós" bastaría, una despedida sin promesas ni jugueteos con el tiempo futuro.
4-Guardarle algo a escondidas en la maleta al que se va, como para asegurarse que cuando llegue a su destino al menos ocupe cinco minutos en recordar.
5-En caso de acompañar al que se va al aeropuerto, estación, puerto y/o afines, nunca nunca nunca, quedarse viendo como se aleja. Despedida, media vuelta y marcharse sin mirar atrás, sin volver la mirada, jamás jamás JAMÁS (Gritó) volver la mirada.

Y concluyó: "Porque el que se marcha nunca te estará mirando, estará buscando su pasaje en los bolsillos".

Sus ojos fijos sobre los míos, ella con esa mirada de quien observa a los que duermen esperando a que despierten y yo con mi mirada de recién levantado. Le dije:

"Llevas demasiadas medias"

"Me da demasiado frío en los pies" - contestó.

"Me da demasiado frío dormir contigo" - agregué.

"Ven conmigo" - propuso con esa seguridad tan de ella, con ese hacer lo que le plazca, y yo simplemente no contesté, ella prefería así, cuando yo dejaba las conversaciones inconclusas, y yo estaba ahí para complacerla.

Nos acostamos hablando de su viaje mientras manchábamos las sábanas con vino, repetía una y otra vez que su vuelo salía a las 10am, que tenía que estar en el aeropuerto a más tardar las 8, que se despertaría a las 6 porque ella tardaba demasiado para estar lista pero que yo podía dormir un ratito más. Se durmió, acerqué mis labios a los suyos y me limité a rozarlos, sin profanarlos con ese molesto beso que se da a los que duermen. Le conté mi plan maestro, me iría con ella, en el camino llamaría al aeropuerto llamaría al trabajo, haciendo uso de mi mejor excusa, renunciaría, acordaría enviar la renuncia por correo, compraría un pasaje en su mismo vuelo y llegaríamos juntos a Barcelona, compraría ropa nueva y la vieja ropa la arrojaría al mar en La Barceloneta, por lo de los apegos. Me dormí.

Cuando desperté a las 7am ella ya no estaba. La busqué en el baño, bajé al lobby del hotel, en recepción me dijeron que la señorita se había marchado a las 5am, subí a la habitación y encontré la polaroid que nos habíamos tomado la noche anterior en mi bolso. Tomé un taxi al aeropuerto y en el camino noté que había una nota en el bolsillo derecho de mi chaqueta.

"Jamás le cuentes tus planes a quien duerme" 08 de Julio.

Llegué al aeropuerto a las 9am, aún tenía una hora para alcanzarla e irme con ella a Barcelona y arrojar mis ropas viejas con todos mis temores y mis mañas al mar. Pregunté en la aerolínea, aún se chequeaban los pasajeros del vuelo pero ella no estaba, el operador me dijo que la señorita por la que yo preguntaba había cambiado su vuelo por el de las 9am a Helsinki, el cual ya estaba abordando. Corrí con todas mis fuerzas al pasillo que da al área de embarque hasta que me detuvo el vidrio, al otro lado estaba ella, rodando su maleta con su mano derecha y en la izquierda sus lentes de sol. No la llamé, no me acerqué al vidrio siquiera, no hice el menor intento por detenerla, sólo la vi alejarse, como llegaba al área de inmigración, se colocaba sus lentes y buscaba su pasaje en el bolsillo...jamás volteó a verme.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ícaro.


Ella lo acompañó hasta el terminal, le ayudó a cargar ese morral cargado de cassettes, pilas alkalinas, un kilométrico y el viejo walkman. Él se iba huyendo del pueblo porque era un pueblo tan pequeño, pero tan pequeño que a la gente le faltaba el oxígeno y vivía asfixiada, por lo que sus habitantes solían irse a la montaña más alta y guardar un poco de aire en botellitas de plástico. Él huía del pueblo, buscando aire.

Así pues se fue a la gran ciudad, con la esperanza de regresar algún día por ella, y ella se quedó en su casa sentada viendo las fotos de cuando él era apenas un niño, paralizada en el recuerdo de acostarlo mientras le contaba historias de un lugar lejano con mucho aire fresco, hablaba ella de una isla en algún lugar donde él le contaría historias para dormir, donde no había enfermedades, ni distancias y la gente vivía por siempre junta.

Cuando él llegó a la ciudad donde la gente no daba los buenos días se dio cuenta que el aire allá estaba cargado por la melancolía, que a la gente muchas veces le costaba sonreír y que después de las seis de la tarde se encerraban en sus casas para ahorrar el poco oxígeno puro que les quedaba. Así pues, él lograba reunir cada cierto tiempo un poquito de aire, cuando lograba hacer sonreír a los citadinos y se lo enviaba a ella para mantenerla viva, con la esperanza de un día escapar a esa isla de la que hablaban cuando aún sonreían juntos. Y se mandaban cartas que siempre terminaban con un postdata de "No olvides sonreír nunca, nunca. Y nunca te olvides de mí".

Yo guardo esas cartas y soy el único testigo de esa espera. Él desesperado por buscar el oxígeno vital para su madre, se hizo unas alas de papel y parte por las noches a buscarlo en algún planeta del sistema solar. Ella todas las noches hace avioncitos de papel y los lanza al cielo, dentro de ellos le escribe "No te acerques mucho al sol Ícaro. No olvides sonreír nunca, nunca". Y así ella espera paciente todas las noches mirando al cielo, tratando de buscarlo, con la mano en su corazón, y él busca su isla, busca su isla, busca su isla, busca...