sábado, 30 de mayo de 2009

In the mood for Wong Kar Wai.



“Un día mi hijo me preguntó, ojeó unas revistas y me dijo: ¿Papá eres el director más romántico del mundo?, le dije: Vamos, no puede ser. Para mí romántico significa, seguir a tu corazón más que a tu mente. A veces, cuando estás rodando una película, tienes que seguir a tu corazón.

Wong Kar Wai

Wong Kar Wai ha marcado mi vida, llevo años persiguiéndolo, obsesionado con él y sus personajes solitarios, queriendo hablar con ellos, con él, con los pasillos estrechos y los espacios cerrados en que se mueven sus personajes, quisiera alguna vez encontrarle en un bar, él con la mirada distante, sus gafas oscuras (a pesar de ser de noche) y un cigarro en la mano, la mirada lejana, tal vez lamentándose por un amor perdido, silencioso, hablar con él de tantas nostalgias, tantas despedidas, de cartas que nunca se enviaron o nunca se recibieron, de tanta gente desaparecida, entre tantos cigarros, en medio de muchos silencios, tal vez hablaríamos poco y al final de la noche terminaríamos en la parte trasera de un taxi, apoyando mi cabeza sobre su hombro.

Wong Kar Wai habla del tiempo, del tiempo que tenemos y el que no tenemos, de lo que hacemos y no hacemos dentro del tiempo, de las personas que llegan y se van en el trascurso de ese tiempo, ese inminente tiempo siempre avanzando, tic tac tic tac, habla mientras sus personajes no hablan, solo callan y se miran, queriéndose tocar pero sin hacerlo, porque tal vez el tacto es sólo la parte física de lo deseado, porque tal vez si lo tocas ya no lo deseas.

Nos habla a través de detalles, de colores, de sus movimientos lentos de cámara, tan suyos que podríamos identificarlos sin saber que es una película de él, a través de sus planos imperfectos, nos habla mediante esa música tan particular que siempre elige, siempre una voz en off que narra lo necesario, mientras que imágenes y actos hacen el resto. Nos sitúa en una posición más allá del simple espectador, nos hace espías, vouyeristas, cómplices, nos obliga a guardar secretos, como si fuésemos ese hoyo al final de una montaña que luego es tapado con lodo.

In the mood for love nos habla de dos personajes, dos seres rodeados de mucha gente pero solitarios, solitarios como esas calles donde por lo general se dan sus encuentros. Su Li-Zhen y Chow Mo-Wan se mudan con sus respectivos esposos a una pensión, siendo “vecinos” empiezan a sentir las carencias de sus parejas, se empiezan a buscar sin buscarse, encuentros esporádicos y en cierta forma furtivos se van dando entre ellos, Su sospecha que su esposo le es infiel, la relación de Chow cada día se enfría más, y como todo ser humano, que busca identificarse mediante otro ser humano, que busca otro ser que le diga “Soy humano porque tú eres humano, soy como tú, no en el sentido físico, bueno un poco en el físico, pero estás vivo porque yo estoy vivo y te puedo ver”, en esa búsqueda se encuentran, hablan, guardándose ciertas cosas para sí, cosas que el otro no necesariamente tiene que saber, Chow propone a Su que practique con él la forma de decirle a su esposo que ella sabe todo, y en medio de esas prácticas, de esos encuentros, se dan cuenta que sólo fue cuestión de mal tiempo, la persona correcta en el momento equivocado o tal vez la persona equivocada en el momento correcto. Por cierto, el esposo de Su y la esposa de Chow son amantes.

Kar Wai como todo director tiene una serie de códigos con los cuales trabaja, características que ha hecho suyas para contar esas historias tan bien logradas:

El Color, ese fetiche suyo por los tonos verdes y por el rojo especialmente. Dentro de la simbología occidental de los colores el rojo, como ya es bien sabido, denota el amor, la pasión, la sexualidad, dentro del ámbito cinematográfico ha sido utilizado innumerablemente para resaltar detalles claves, personajes o acciones, esta utilización no es diferente en In the Mood for love, por lo general, Su Li-Zhen lleva tonos rojizos, su boca siempre roja manifestándose como el objeto del deseo de Chow, labios que nunca llega a tocar, incluso la habitación de hotel donde se encuentran está plagada de elementos rojos, dejando entrever tímidamente ese deseo no consumado entre ellos. Por otra parte, el verde, según dicha simbología, es el color de la esperanza, la tranquilidad, la vida pero también de lo onírico y la imaginación, por tanto los espacios de la pensión, mayormente verdes podrían significar ese ambiente de calma en medio de la confusión de ambos personajes, la desesperación de Su Li-Zhen y a la vez la esperanza de que tal vez, algún día, si ellos dos o si las cosas no fuesen así, pero no, no pasa, sólo queda eso, la esperanza de que ella también lo recuerde y le cuente su secreto a un árbol.

El diálogo, o la ausencia de él. Los personajes hablan muy poco al principio, sus conversaciones tímidas y entrecortadas se van desarrollando con más fluidez y sin embargo se reducen a comentarios aislados, para dar paso a esa acciones que no realizan dentro de sus matrimonio, resultando así esta relación, el comodín de aquello que en sus cuartos no tienen, transformándose en un juego casi infantil, inocente, que oculta los sentimientos de ambos. Chow narra la película en voz en off, dándonos detalles y pistas, a simple vista fútiles, pero así escribe Kar Wai, haciendo comentarios aislados para dejar que las miradas, los movimientos, nos cuenten la verdadera historia debajo del diálogo, y todo esto es totalmente intencional, así el director trabaje sin un diálogo predeterminado.

La cámara, curiosa, taciturna, espía y cómplice, moviéndose lentamente entre ellos, muchas veces situada detrás, como alguien que escucha una conversación ajena. Tomas sobrias y elegantes, demuestran un claro sentido de estética, limpia y bien cuidada, cada plano, cada toma, cada enfoque en Kar Wai está dispuesto de forma que en conjunto con lo que está pasando frente al lente te llegue al corazón, acariciándolo o desgarrándolo, porque Wong Kar Wai puede llegar a ser cruel de la forma más sutil y eso es un arte que muy pocos manejan. La cámara se escurre y se cuela entre las paredes de la pensión, dejando ver que hay algo que se sale de esas habitaciones, que es mucho más grande que eso, que hay secretos dentro y fuera de ellos, cosas que a pesar de vivir juntos, el uno ignora del otro. Los personajes hablan en un extremo del plano, al fondo se ve un callejón, anunciando que en algún momento Su Li Zhen se marchará y pasará a ser uno de esos personajes de Kar Wai que se van y nunca regresan. Los múltiples encuentros casuales entre Su y Chow antes de conocerse, los dos abriendo las puertas a sus cuartos, a sus respectivas jaulas, los pequeños detalles de los personajes secundarios que detrás parecieran llevar una vida plena y sin restricciones de ningún tipo, todo esto es capturado mediante esas tomas melancólicas, algunas veces largas, otras más cortas y cuando estás embelesado te encuentras frente a un plano medio de los dos personajes, la cámara estática mientras Su Li Zhen se acaricia con una sensualidad divinamente sutil, víctima del calor. Así la cámara de Wong Kar Wai te hace el mayor chismoso de la historia del cine.

In the mood for love está repleta de detalles ocultos, engaños, trucos, elementos que no se muestran porque sencillamente no es necesario. Así por ejemplo, nunca vemos las caras de los cónyuges de los protagonistas, demostrando el secreto que estos guardan, son muy pocos los personajes secundarios que intervienen en la trama principal y el cielo nunca se ve durante toda la película, hay algo que Su y Chow ocultan, algo de lo que ni el cielo es testigo, sólo el espectador, al final Kar Wai abre el mundo en el que estuvieron encerrados los personajes por más de una hora, en una hermosa toma a un cielo azul, perfecto y despejado, como la relación entre ellos dos pero recordándonos que, entre cielo y tierra…

Wong Kar Wai me entristece, me envuelve en su romanticismo que asegura no buscar, me pone emotivo, me cuenta historias que no sé si tengan algún final, me contagia de una melancolía enfermiza, luego recuerdo que es sólo una película y que posiblemente sólo juegue conmigo, porque a eso se va al cine, a jugar. Sin embargo no dejo de imaginarme la posibilidad de conseguirle en un bar, triste él, muchos cigarros, hablarle de mí, escucharle por horas, o que no hable si no quiere, sólo estar y terminar en la parte trasera de un taxi, mi cabeza apoyada de su hombro y tal vez nunca volverle a ver.